Tres niños sirios han muerto de frío en una semana en el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania. Los tres pequeños fueron enterrados ayer en la ciudad fronteriza de Ramtha.
Unos 41.000 Sirios viven en el campo de Zaatari, la mayoría tienen menos de 18 años. Las precarias condiciones no les protegen de la reciente caída de las temperaturas.
Ahmed y los 8 miembros de su familia, cinco de entre ellos niños, forman parte de los 400 mil sirios que se han refugiado en países vecinos. Desde su llegada al Líbano, hace un año, viven en este majadal. Han dejado todo atrás, por eso ahora, con el frío y sin dinero, la vida es aún más dura que en verano con las culebras. "Le juro que desde hace un mes mi hijo me pide unas zapatillas, pero no puedo permitírmelo y lleva siempre las mismas".
Otros se han instalado en este edificio a medio construir también en el norte del Líbano. Entre ellos, Nadia y sus cuatro hijos, todos pequeños.
Huyeron de Siria hace 8 meses, cuando las bombas destruyeron la casa de sus vecinos.
Nadia, que tiene ahora 30 años, estaba embarazada de Zahra, la más pequeña. Ahora tiene miedo de que la expulsen en pleno invierno y con sus hijas que no dejan de toser. "La vida es difícil en pleno invierno por el frío, por el hambre, no tenemos mantas y tememos que el invierno sea rudo".
En estas chabolas construidas por los refugiados en el Valle de la Beka, a 50 kilómetros de la frontera entre el Líbano y Siria, han encontrado refugio Inés de 8 años, su madre, Salwa, y sus hermanos. Llegaron en verano, pero ahora que es invierno, no tienen nada para protegerse, y cuando llueve, hay goteras dentro de las chabolas.
Inés: "Siempre tenemos frío y por eso nos ponemos cerca de la estufa. Mis hermanos tienen siempre frío. No podemos salir de aquí por culpa del barro, ni siquiera podemos llegar a la panadería para comprar pan".
Según el ACNUR, faltan 152 millones de euros para hacer frente a las necesidades de los refugiados sirios este invierno. Eso pone en peligro a familias con hijos que necesitan zapatos, ropa de abrigo y mantas.
Ahmed y los 8 miembros de su familia, cinco de entre ellos niños, forman parte de los 400 mil sirios que se han refugiado en países vecinos. Desde su llegada al Líbano, hace un año, viven en este majadal. Han dejado todo atrás, por eso ahora, con el frío y sin dinero, la vida es aún más dura que en verano con las culebras. "Le juro que desde hace un mes mi hijo me pide unas zapatillas, pero no puedo permitírmelo y lleva siempre las mismas".
Otros se han instalado en este edificio a medio construir también en el norte del Líbano. Entre ellos, Nadia y sus cuatro hijos, todos pequeños.
Huyeron de Siria hace 8 meses, cuando las bombas destruyeron la casa de sus vecinos.
Nadia, que tiene ahora 30 años, estaba embarazada de Zahra, la más pequeña. Ahora tiene miedo de que la expulsen en pleno invierno y con sus hijas que no dejan de toser. "La vida es difícil en pleno invierno por el frío, por el hambre, no tenemos mantas y tememos que el invierno sea rudo".
En estas chabolas construidas por los refugiados en el Valle de la Beka, a 50 kilómetros de la frontera entre el Líbano y Siria, han encontrado refugio Inés de 8 años, su madre, Salwa, y sus hermanos. Llegaron en verano, pero ahora que es invierno, no tienen nada para protegerse, y cuando llueve, hay goteras dentro de las chabolas.
Inés: "Siempre tenemos frío y por eso nos ponemos cerca de la estufa. Mis hermanos tienen siempre frío. No podemos salir de aquí por culpa del barro, ni siquiera podemos llegar a la panadería para comprar pan".
Según el ACNUR, faltan 152 millones de euros para hacer frente a las necesidades de los refugiados sirios este invierno. Eso pone en peligro a familias con hijos que necesitan zapatos, ropa de abrigo y mantas.
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